jueves, 24 de noviembre de 2011

Nocturno a Rosario - Manuel Acuña

Nocturno a Rosario


Por Manuel Acuña (México)



¡Pues bien! yo necesito

decirte que te adoro

decirte que te quiero

con todo el corazón;

que es mucho lo que sufro,

que es mucho lo que lloro,

que ya no puedo tanto 

al grito que te imploro,

te imploro y te hablo en nombre

de mi última ilusión.


       

Yo quiero que tu sepas

que ya hace muchos días

estoy enfermo y pálido

de tanto no dormir;

que ya se han muerto todas 

las esperanzas mías,

que están mis noches negras,

tan negras y sombrías,

que ya no sé ni dónde

se alzaba el porvenir.

        

De noche, cuando pongo

mis sienes en la almohada

y hacia otro mundo quiero

mi espíritu volver,

camino mucho, mucho,

y al fin de la jornada

las formas de mi madre

se pierden en la nada

y tú de nuevo vuelves 

en mi alma a aparecer.

        

Comprendo que tus besos

jamás han de ser míos,

comprendo que en tus ojos

no me he de ver jamás,

y te amo y en mis locos

y ardientes desvaríos

bendigo tus desdenes,

adoro tus desvíos,

y en vez de amarte menos

te quiero mucho más.

        

A veces pienso en darte

mi eterna despedida,

borrarte en mis recuerdos

y hundirte en mi pasión

mas si es en vano todo

y el alma no te olvida,

¿Qué quieres tú que yo haga,

pedazo de mi vida?

¿Qué quieres tu que yo haga

con este corazón?

        

Y luego que ya estaba

concluído tu santuario,

tu lámpara encendida,

tu velo en el altar;

el sol de la mañana

detrás del campanario,

chispeando las antorchas,

humeando el incensario,

y abierta alla a lo lejos

la puerta del hogar...

        

¡Qué hermoso hubiera sido

vivir bajo aquel techo,

los dos unidos siempre

y amándonos los dos;

tú siempre enamorada,

yo siempre satisfecho,

los dos una sola alma,

los dos un solo pecho,

y en medio de nosotros 

mi madre como un Dios!

        

¡Figúrate qué hermosas

las horas de esa vida!

¡Qué dulce y bello el viaje

por una tierra así!

Y yo soñaba en eso,

mi santa prometida;

y al delirar en ello

con alma estremecida,

pensaba yo en ser bueno

por tí, no mas por ti.

        

¡Bien sabe Dios que ese era

mi mas hermoso sueño,

mi afán y mi esperanza,

mi dicha y mi placer;

bien sabe Dios que en nada

cifraba yo mi empeño,

sino en amarte mucho

bajo el hogar risueño

que me envolvió en sus besos

cuando me vio nacer!

        

Esa era mi esperanza...

mas ya que a sus fulgores

se opone el hondo abismo

que existe entre los dos,

¡Adiós por la vez última,

amor de mis amores;

la luz de mis tinieblas,

la esencia de mis flores;

mi lira de poeta,

mi juventud, ¡adiós!

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