Por Antonio Guzmán Aguilera (México)
Mi cantón, magresita del alma,
ya pa que lo quero,
si se jué la paloma del nido,
si me falta el calor de su cuerpo,
si ya sus canarios
de tiricia se han ido muriendo,
si los capulines,
ya no sueltan sus frutas del tiempo,
y las campanillas y las dormideras
se han caido, tan recio
que cualquera que va a visitarme
pisa sobre pétalos.
Y yo que la vide, dialtiro dicaida
con los ojos negros
zambutidos en unas ojeras
cenizas, y aluego
los tales quejios;
los tales mareos
que dizque eran vagidos
al decir del médico.
¡Algame la Virgen!
Yo nomás de acordarme, padezco
mucho escalofrío
y me hogo del pecho,
y se mi hacen las manos y pieses,
como los badajos de los timbres létricos.
¡Qué poco a poquito, se me jué muriendo!
Tosía, tosía
y lloraba la probe en silencio.
-No llores, Micaila,
por toitos los santos del Cielo,
dicíale al verla llorando,
y al dicirlo, lloraba yo mesmo.
-Si te pondrás güena,
con los revoltijos que te ha dado el médico,
no sias disconfiada con las medicinas,
que a mi me sanaron de aquel muermo.
¡Andale!, mi Chacha,
quero ver en tu rostro trigueño,
como dos tizones
achispaos, tus lindos ojuelos.
¡Ahi te ha traido
un rebozo de bola
mi compadre Chencho,
pa´ cuando te alivies
y en el cuaco trotón, en el prieto,
he pensado pa´ entonces que vayamos
los dos riales un sábado a verlo.
¿Queres trigueñita? Y el domingo le entraremos
muy recio al mole,
y a la barbacoa,
y a los asaderos,
y en cuanto que Dios escurezca,
por el valle, abajo,
asegún se sigue la falda del cerro.
¡Micaila! no llores
y le daba un beso,
Ella sonreía,
un instante, pero
me miraba después en silencio
como si la sombra del presentimiento
le preñara los ojos de llanto,
que después.. derramaba en silencio.
El día de su muerte,
su rostro cenizo, me dio mucho miedo.
-¿Pos qué tienes, Chacha?
-No sé lo que tengo,
pero sé que me voy y es pa siempre
-Correré si quieres por el señor mmédico,
¿queres, trigueñita?
-¿ Ya pa que? mejor tate aquí en ssosiego,
quero hablarte por ultimo Chacho,
antes de que me ajoguen los remordimientos.
Asiéntate y oye; yo quise decírtelo
dende hace muchísimo tiempo
pero a la wena bueno, pos se me arrugaba
¡uno es mujer! Chacho, ¡qué caray!
y el miedo dizque no anda en burro,
pero ora qué le hace, mi prieto,
si ya se te muere tu Chacha
qué se llegue a saber su secreto.
Hace unos seis años, siguro ¿recuerdas
que nos envitaron a los herraderos
los siñores amos?
-¡Vaya si mi acuerdo!
¿No fué aquel domingo
que salí cornao por un toro prieto,
cerca de las trancas, en el Rancho Verde
de ñor Juan?
-El mesmo,
ya vide que si acordates,
pos ái tienes nomás qui al saberlo,
por la puerta falsa de la casa grande
me salí corriendo
en las trancas jallé a don Antonio,
el hijo mayor de don Pedro,
que era entonces alcalde del pueblo.
Pregúntele al punto
por ti, por tu herida, por tu paradero,
me dijo que en una camilla
te jalaron pa casa del médico,
y que si quería que me llevaba en ancas
en el punto mesmo;
aceté, ¡qué caray!, no era cosa
de dejarte morir como un perro.
No nos vido naiden salir de las trancas,
y llegamos de un bote al potrero,
y a galope tendido trepamos
la cuesta del cerro,
y al bajar el barranca del Cristo,
tan jondo y tan negro,
don Antonio empezó con sus cosas
con sus chicoleos,
que si yo era una rosa de mayo,
que si eran mis ojos noturnos luceros.
Yo todo a esto callaba, callaba; él si puso necio
y me dijo que tú eras muy probe:
total un ranchero;
que él, en cambio, era dueño de haciendas
y de muchas talegas de pesos;
que te abandonara
que nos juéramos juntos pa México,
o pa los Uropas o pa los Querétaros.
Yo me puse muy gira y le dije:
qui aunque probe, me daba mi prieto
pa presumir muncho
y andar diariamente con el zagalejo
muy lentejueliao
y cada semana con rebozo nuevo.
-Por si no por amor, por la juerzaa,
me dijo rayando su penco;
y sin más me apretó la centura
y mi boca manchó con un beso.
Nunca lo hubiera hecho, sentí que la sangre
cegaba mis ojos, y el furor mi seno;
saqué del arzón el machete,
y por las espaldas, lo jundí en su cuello.
Cayó hacia delante con un grito horrendo,
y rodó rebotando hasta el fondo
del desfiladero...
Naiden supo nada
cuando lo jallaron todito deshecho,
guiados por el puro jedor del barranco,
los jueces dijieron,
quesque jué un suicidio,
por no sé qué amores y enredos.
Yo me estuve callada la boca
pero ahora, pos dime, ¿ya pa qué, mi prieto?
Se quedó como estática; acaso
rezaba al morir, por el muerto.
La abracé llorando,
la besé en silencio,
y como una santa que poco a poquito,
se me jué muriendo...
Mi jacal tá maldito...
si lo queres, pos ai te lo dejo,
si te cuadra, quémalo,
si se te incha, víndelo;
yo me güelvo a las filas, mi mama,
a peliar por la patria me güelvo;
si me quebra una bala, ¡qué liace!
al cabo en el mundo,
pa los que sufrimos la muerte en el alma,
vivir o morir es lo mesmo.
Mi cantón magresita del alma,
sin ella ¿ya pa qué lo quero…?
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