martes, 22 de noviembre de 2011

Jazmines del Cabo - Rafael Heliodoro Valle

Rafael Heliodoro Valle (Hondureño)

¿Por qué causas misteriosas 
la música de un violín 
o el perfume de un jazmín 
nos recuerdan muchas cosas? 
Sortijas de aguas preciosas, 
pañuelos de raso y tul, 
cartas dentro de un baúl, 
valses del tiempo pasado, 
y lo del cuento azulado: 
"Este era un príncipe azul" 

Esa flor nítida es una 
cosa de la primavera: 
un jazmín que ella nos diera 
en una noche de luna. 
Quién sabe por qué fortuna 
esa romántica flor 
puede expresar el temblor 
sutil que él en alma vive, 
eso que nunca se escribe 
en una carta de amor. 

Suave la hacen los cariños, 
triste las penas secretas, 
y la arrancan los poetas 
y la deshojan los niños. 
Si está sobre los corpiños 
su perfume nos evoca 
el beso, cuya miel loca 
deja sobre el corazón 
la inefable sensación 
de una hostia en la boca. 

Cuando en los días primeros 
se conjuga el verbo amar 
sus flores en el solar 
se abren a los aguaceros... 
Días tibios y ligeros, 
días de balcón y esquela 
de rondar la callejuela 
y de escribir madrigales; 
páginas sentimentales 
de nuestra mejor novela. 

Días de embriaguez divina, 
–todo por unas pestañas– 
cuando se ven las montañas 
coronarse de neblina. 
Cuando hay una bandolina 
temblando ante rejas raras, 
cuando se cunden las varas 
de jazmines y de rosas 
y parecen más hermosas 
las noches frescas y claras... 

Y cuando el alma, en su brío, 
lo que tiene el jazmín toma: 
si al abrirse, riega aroma, 
si al sacudirse, rocío. 
Y alguien nos dice "eres mío" 
todas las cosas son bellas, 
y nuestras movibles huellas, 
de pálidos soñadores 
van sobre puentes de flores 
y bajo palios de estrellas. 

Entonces en giro blando, 
son –envueltas en aromas– 
hacia el viento las palomas 
jazmines que van volando... 
En esos días es cuando 
tenemos palacios reales 
con terrazas de cristales 
y bruñidos pavimentos 
y son de verdad los cuentos 
de los reyes orientales. 

Jazmines de sedas finas 
y de carnes aromosas, 
y más buenos que las rosas 
porque no tienen espinas. 
Platas de fragantes minas, 
incensarios de placer, 
novios para la mujer 
sin novio que haga canciones, 
quieren como corazones 
cuando se dan a querer. 

Y aquellos de la sumisa 
edad cuando nos ensalma 
la novia, el jazmín del alma, 
la hostia, el jazmín de la misa. 
Y los que peina la brisa 
cuando moja los barrancos, 
los que están junto a los bancos 
y los parques y los muros; 
jazmines bellos y puros 
como algunos dientes blancos. 

Los de silvestre hermosura 
que eran –con piedad contrita– 
regados por la abuelita 
en la madrugada pura. 
(La abuela por su blancura 
en el recuerdo me sabe 
a un jazmín de los más suave 
que se coge en los sembrados, 
un jazmín de los lavados 
con el agua de la llave...) 

Es jazmín con viejos oros 
el marfil de los pianos. 
¡Yo he visto volar dos manos 
sobre jazmines sonoros! 
Con sus egregios decoros, 
como nacido entre brumas, 
daba el champán sus espumas 
en las copas champañeras, 
entre un blancor de pecheras 
y de abanicos de plumas... 

Niña de mi devoción, 
déjame que ahora duerma 
viendo el brillo de la esperma 
esparcida en el salón. 
Me acuerdo, con la emoción 
casta del primer anhelo 
de tus mejillas de cielo; 
de blancura adorable 
y hasta del inolvidable 
perfume de tu pañuelo... 

¡Oh, Julieta, oh, Margarita! 
tu evocación es al fin, 
a manera de un jazmín 
de primavera bendita. 
¡Oh, balcón de aquella cita 
por lo romántica, loca, 
pues cualquier palabra es poca 
para decir lo que yo 
sentí cuando ella me dio 
de comulgar en su boca! 

Jazmines de noble cuna
los de mis cánticos; puestos
a serenarse en los tiestos
que trasplanté de la luna.
¡Buenas noches! En la bruma
tiniebla un surtidor mana.
Jazmines hasta mañana!...
De aroma haciendo derroche,
entrad, porque en esta noche
quedó abierta mi ventana....

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